Las 72 últimas horas en la vida de Ayrton Senna

Ayrton Senna llegó al GP de San Marino 1994 bajo una gran presión. A pesar de marcar la pole en las dos rondas previas, Brasil y Pacífico, se quedó sin puntuar en ninguna de ellas.

Por el contrario, un joven y brillante alemán llamado Michael Schumacher se imponía en esas citas a bordo de su Benetton. Fichado por Williams, cuyo coche había dominado con puño de hierro las dos temporadas anteriores, estaba obligado a vencer en todas las carreras.

 

 

Sin embargo, la prohibición de las ayudas electrónicas que habían hecho invencible al monoplaza inglés, le restó toda la superioridad exhibida. Pero eso no fue todo. Además, sin esa tecnología el FW16 se transformó en una bestia nerviosa, peligrosa e indómita.

Para aumentar los problemas del bólido, su habitáculo resultaba demasiado pequeño para albergar confortablemente el cuerpo del astro paulista.

No en vano, se había quejado en reiteradas ocasiones a la escudería de que sus piernas rozaban con la barra de la dirección, dificultando su conducción.

Desde los primeras pruebas a bordo del coche, Senna se sintió incómodo con una máquina que no se adaptaba a su anatomía y que resultaba muy complicada de conducir por sus reacciones imprevisibles y violentas.

 

 

Las preocupaciones de Ayrton Senna lejos de la F1

Al igual que dentro de la pista, fuera de ella, también confluyeron otros aspectos -empresariales, profesionales y personales – que elevaron aún más el nivel de estrés del deportista.

Convertido en uno de los hombres más influyentes de Brasil, Senna se había comprometido para ser el representante comercial de la marca Audi en el mercado sudamericano. Precisamente, el jueves previo al fatídico Gran Premio, visitaría la fábrica de la firma alemana en Ingolstadt, para concretar ciertos detalles del acuerdo.

Continuando con su actividad empresarial, también había adquirido el concesionario de vehículos Ford ‘Frei Caneca en Sao Paulo’. Fruto de ello, su socio Bira Guimaraes acudiría al Gran Premio de San Marino para visitarle.

 

 

Y por si este cóctel no fuera lo suficientemente explosivo, el miércoles 27 de abril, es decir, cuatro días antes de la carrera, se reunió con Luca di Montezemolo, presidente de Ferrari. Senna deseaba fichar por La Scuderia. Precisamente, tras esa visita en la mansión del dirigente italiano en Bolonia, acordaron otra reunión más adelante.

En ese segundo encuentro tratarían de resolver los obstáculos legales del contrato que ataba a Senna con Williams, con el objetivo de incorporarlo a La Scuderia.

 

Accidente de su compatriota Barrichello

Rodeado de esta atmósfera, debía afrontar el que se convertiría en su último fin de semana de su vida. El prólogo de la tragedia se produjo el viernes. Durante los primeros entrenamientos, su compatriota y amigo Rubens Barrichello, protagonizó un accidente terrorífico.

Su Jordan-Hart voló hasta estrellarse frontalmente contra las protecciones de la Variante Bassa. Barrichello había quedado inconsciente y fue trasladado al centro médico del circuito donde Senna se personó inmediatamente. Aunque la brutalidad del siniestro hacía pensar en lo peor, Rubens solo había sufrido la rotura de la nariz y un brazo.

 

 

Sin embargo, el suceso provocó una profunda preocupación en el mito paulista. Presentía que el vetusto y traicionero trazado ‘Enzo y Dino Ferrari’, podía convertirse en una trampa mortal. No en vano, tras un accidente de su amigo Gerhard Berger en la curva de Tamburello en 1989, ambos habían visitado ese punto del trazado.

 

 

Su intención era retrasar unos cuantos metros el muro que flanqueaba esa peligrosa sección. De hecho, eran conscientes de que, en caso de que se perdiera el control del monoplaza en aquella zona, las consecuencias podían resultar fatales.

Sin embargo, sus planes se vinieron a bajo al comprobar la existencia del caudal del río Santerno, situado tras las protecciones, cuyo caudal discurría por esa sección del autódromo.

Muerte de Ratzenberger, consternación de Senna

Envuelto en este halo de consternación, amaneció el sábado, día de la clasificación. Sobreponiéndose a sus pensamientos negativos, marcó el mejor crono. Para lograrlo, tuvo que llevar a su máquina más allá de los límites de la Física.

A pesar de esa gesta, el rostro del paulista no mostró ningún gesto de alegría. Todo lo contrario. Su mirada perdida generó gran inquietud entre su círculo más próximo. Senna se marchó al box para seguir el resto de la sesión. Entonces sucedió algo que le paralizó.

 

 

Después de dañar en el giro anterior el alerón delantero de su SIMTEK, el piloto austriaco Roland Ratzenberger se estrelló violentamente. Impresionado por las imágenes, tomó un coche sin permiso y acudió al lugar del siniestro. Sólo pudo comprobar que su colega de Salzburgo había perdido la vida en el acto.

Charla con su amigo, el médico de la F1

Conmocionado y hundido por lo acontecido, Senna buscó consuelo en su amigo Sid Watkins, el doctor de la Fórmula 1. En esta situación, las dudas le invadieron. Se encontraba en shock. Desolado. Al comprobar el estado de ánimo del piloto, el galeno británico le invitó a retirarse juntos y dedicarse ambos a la pesca, afición que compartían.

Pero en aquella conversación a pie de pista, Senna le transmitió que tenía la obligación de competir. Después de aquella charla se mostró muy preocupado, tanto es así que su escudería no sabía si participaría en la carrera. Un mal presagio se había apoderado de sus pensamientos.

Simultáneamente, una ola de consternación recorrió el paddock tras el fatal incidente de Ratzenberger. Comenzó a extender la idea de que no debería disputarse la carrera al día siguiente. De hecho, los dos siniestros dejaban claro que Ímola no estaba en condiciones de albergar el evento con seguridad. Sin embargo, el espectáculo debía continuar. Y ahí estaba Bernie Ecclestone, en aquella época, dueño y señor del Gran Circo, para hacer que nada lo impidiera.

Una llamada inoportuna y perturbadora

Para empeorar aún más su estado anímico, Senna había recibido una llamada inquietante. En ella su hermano Leonardo le puso al teléfono unas grabaciones comprometedoras de Adriane Galisteu con su exnovio.

Ayrton mantenía una relación sentimental con esta modelo que no fue aceptada por la familia del corredor. Así lo recuerda Livio Oricchio, periodista y gran conocedor de la figura del astro, circunstancia que quedó recogida en el libro “Suite 200, las últimas horas de Ayrton Senna’, escrito por Giorgio Terruzzi.

Ya por la noche, antes de dormirse llamó a su madre y le comentó sus temores y miedos. Después de colgar, leyó un pasaje de la Biblia. En su interior algo le decía que la muerte le rondaba.

Fallece Senna, nace un mito

Rodeado de esos presagios, llegó el domingo. El tricampeón del mundo se sentó en su coche y rezó una plegaria como tenía costumbre.

Para entonces, el equipo ya había acortado y soldado la barra de la dirección en una labor tan peligrosa como imprecisa. De ese modo, trataron que el paulista estuviera más cómodo, puesto que se había quejado reiteradamente de este problema.

Durante la salida se produjo una colisión espeluznante. El Lotus-Mugen del portugués Pedro Lami embistió al Benneton Ford del finlandés J.J. Lehto, el cual se había quedado parado tras apagarse las luces del semáforo.

 

 

Después del incidente, el safety-car, un ¡FIAT Tempra! saltó a la pista. Entonces, los monoplazas comenzaron a rodar tras ese modelo cuya baja velocidad aglutinó las quejas de los pilotos. Al circular detrás de un coche de calle, los bólidos no podían mantener la temperatura de sus neumáticos. Después de seis vueltas interminables, se reinició la carrera.

Se reemprendió la prueba y Senna mantuvo la primera plaza con el Benneton de Michael Schumacher a su rebufo. Durante la séptima vuelta se produjo la tragedia. Incomprensiblemente, el bólido de Senna continuó recto en la curva de Tamburello camino de la eternidad.

Su FW16 chocó contra ese muro de hormigón que había visitado junto a Berger años antes. Tras el fuerte impacto, la inercia devolvió al coche al trazado. Las gradas enmudecieron al ver que su cuerpo permanecía inerte. Todos se temieron lo peor.

 

 

Transcurridos unos instantes eternos, el profesor Watkins llegó al lugar del suceso. Ordenó  extraer a su amigo del monoplaza para practicarle maniobras de reanimación. Pero éstas resultaron estériles. En el interior del coche se encontró una bandera austriaca con la que Senna quería homenajear a Ratzenberger.

Poco después un helicóptero trasladó al piloto al centro hospitalario Maggiore en Bolonia. Allí, el Doctor Fiandri comunicaba oficialmente a las 18:40 horas el fallecimiento de Ayrton Senna. Desaparecía un deportista. Nacía un mito. La Fórmula 1 se tiñó de luto para despedir a uno de los más grandes de todos los tiempos que llegó para revolucionar este deporte.

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